¿Cuántas veces hemos escuchado a madres y abuelas decir "ya no hay hombres", "los hombres ya no se comportan como antes"?
Pero si bien es verdad que el compromiso de los hombres en las grandes ciudades por contraer nupcias muy jóvenes y crear familias estándar ha disminuido considerablemente hasta el punto del egoísmo de clara apariencia, ¿podemos afirmar que se trata sólo de un comportamiento volitivo unilateral de los varones?
Es claro que los cambios en los roles de hombres y mujeres en nuestra sociedad, en lo público, han encontrado una gran explicación en la mayor importancia de la participación de las mujeres en la vida económica y, una cada vez más destacada participación de ellas en la vida política de los países donde les es permitido hacerlo.
Sin embargo, hay algo en lo privado, en la familia, en nuestra educación, que no nos he dejado reaccionar o dar cabida de una manera bien natural y sencilla a estos cambios que la realidad nos "impone" de manera súbita, con la legitimidad de lo necesario, provisorio y contundente.
Si ya no hay compromisos tampoco hay una comprensión de cómo tenerlos en un mundo tan distinto al que nuestras abuelas nos contaban y mucho menos cómo planearlo si nuestros primeros referentes -papá y mamá- no fueron ejemplos vívidos de acuerdos y relaciones de pareja funcionales, en muchas vidas infantiles de nuestra generación.
"Le da miedo ver a una mujer tan independiente", "no puede pensar en la idea de que no dependas al cien por ciento de él" son frases que hacen referencia a un pasado bien próximo pero que es precisamente eso, un pasado en las ciudades y que ya muy poco o nada tiene que ver con la manera en que las parejas podrían concebirse en el nuevo siglo.
Todo este preámbulo me permite poner en contexto dos filmes que hablan sobre la relación de los hombres jóvenes con realidades distintas: el contexto social, laboral e intelectual que los impulsa a ser más listos y audaces en un mundo en el que se premia más la apariencia y la propia suerte que el mérito propio; así como la manera en que los hombres y las mujeres pueden relacionarse, ya sea en un campo de fuerzas que se enfrentan y miden sus capacidad en un suma-cero o simplemente con encuentros aislados y esporádicos que desgastan, si bien no construyen, experiencias emocionales.
En el film The Fight Club, su director David Fincher, discute la animosidad de un hombre joven por acercarse o no al sexo opuesto, de su capacidad de despliegue personal en una figura de lo que añoraba ser, cuestionando si los hombres querrían tener relaciones estables con mujeres, dadas las relaciones disfuncionales con sus madres, en muchos casos.
En el caso de Darjeeling Limited, de Wes Anderson, el alejamiento de la madre y la muerte del padre también ha tenido ciertos efectos en la percepción de los tres hermanos Whitman sobre las relaciones con el sexo opuesto: una relación que termina y comienza en lapsos accidentados con escenarios multinacionales rodeados de literatura; una salida fácil a confrontar la propia paternidad y al mismo tiempo, se mimetiza con su padre en ademanes y en el uso de artículos de cuidado personal; y finalmente, un hombre que no haya su rumbo y busca un nuevo sendero tras un trágico accidente o intento de suicidio.
El papel interpretado por Jessica Huston -la madre- sorprende en su aparición lejana, ajena al arquetipo maternal que la civilización occidental comparte. Mucho de ello nos habla de lo que el entorno familiar determina y promueve en la vida emocional de los protagonistas.
Ambos filmes, uno del final del siglo XX en el que se interroga a la posmodernidad en su legado a las relaciones humanas y otro más actual, pleno de cuidados visuales en escenas paradisiacas y coloridas o de desértica quietud en India, hablan un poco de cómo los hombres jóvenes viven sus relaciones y conciben su existencia en compañía de lo que los rodea. Los dos se recomiendan en este sitio.